A mis hijos y nietos
Hoy, 24 de diciembre, quiero hacer una pausa en los artículos dedicados a los dioses griegos. Voy a escribir la tradicional carta venezolana al Niño Jesús.
Ayer, ante la imagen del Nacimiento que adorna la entrada de mi casa, elevé una plegaria pidiendo paz para Venezuela, y, acto seguido, tomó cuerpo mi idea de convertir esa oración en la peculiar carta que en Venezuela se le envía al Dios recién nacido.
Niño Jesús, que naces donde no hay expectativa de vida; que ese acto de entrar al mundo terrenal está impregnado de la metáfora de la esperanza, extiende tu manita y deja caer en esta Tierra de Gracia una lluvia de bendiciones, que fertilicen los labrantíos y nuestras tierras vuelvan a ser productivas. Que esas bendiciones fructifiquen en cada corazón de millones de venezolanos en fuerza para continuar y labrar esas campiñas para dar de comer a tantos compatriotas hambrientos.
Niño Jesús, esa apetencia no es solo de alimentos, es hambre de justicia, hambre de paz, hambre de libertad.
En esta nación devastada, como si hubiese vivido una guerra, hay niños famélicos que extienden sus manos pidiendo pan; es un país donde la desesperación de un padre lo llevó a cometer asesinato y suicidio; esta nación, repito, fue llamada Tierra de Gracia por Cristóbal Colón en su carta a los reyes católicos, en la que exclamó: “Yo muy asentado tengo en mi ánima que allí donde dije, en Tierra de Gracia, se halla el Paraíso Terrenal”; este país te pide, Niño Jesús, que con un beso de amor limpies la pesadilla de nuestros sueños, concretando el reinado de la fraternidad, el reinado de la justicia.
Que las disidencias, las discrepancias sean dirimidas en el ámbito de la razón, no en la sinrazón, esta tan solo conduce al terrible estado de naturaleza hobbesiano que tanto daño nos ha causado, convirtiéndonos en Homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre). Necesitamos el reinado de la paz.
Dice el Salmo, “justicia y paz se abrazan”; ¿cómo se pueden abrazar, si a diario vemos muertes por falta de medicinas? ¿Puede un país seguir adelante cuando al lado de los harapientos que buscan alimentos en la basura, hay mascotas famélicas, tristes, abandonadas que luchan con ellos por las migajas? Para que haya paz, hay que vivir una vida coherente, se nos dice en las Sagradas Escrituras.
El reinado de la paz necesita de la justicia y ya desde tiempos inmemoriales, decía Isaías que “un rey reinará según la justicia, y los magistrados gobernarán según el derecho”. ¡Niño Jesús, que se haga realidad esa profecía! ¡Que no haya un solo preso más por diferencias de opinión, de creencias!
Tu nacimiento, Niño Jesús, es el símbolo de la vida familiar. En Venezuela, se oyen villancicos en los que se invoca esa unión de familias. Hoy, la tristeza empaña nuestra celebración, porque tradicionalmente hemos centrado esa reunión en la conjunción de los dos extremos de la familia: nietos y abuelos. Estas navidades, nosotros, los abuelos estamos solos, sin los hijos y sin los nietos, porque una diáspora, difícil de entender y menos de explicar, se los ha llevado de nuestros hogares. Por eso, te pido, Niño Jesús, que les lleves mi voz dándole fuerzas y coraje para continuar en la lucha que culminará en un maravilloso reencuentro en esta tierra de la libertad.
Abre tus manitas, Niño Jesús, y rocía sobre nuestro país las flores de la Guadalupe, que simbolizan la verdad llevada por Juan Diego al obispo y que quedan en la Tilma con la imagen de la Guadalupana, símbolo de unidad, símbolo de plenitud.
Abre tus manitas y esparce perlas como las que el pescador margariteño encontró con la imagen de su pierna, y le llevó a la Virgen del Valle. ¡Así esas perlas sanarían las fuertes heridas que nuestra ciudadanía tiene con peligro de gangrenarse!
Niño Jesús, dile a la Virgen de Coromoto, nuestra advocación de tu Santa Madre, que la saludamos diciendo ”Salve, Virgen de los Llanos, /siempreviva del amor. /cautivas Tú el corazón de cada venezolano. /Flores de nieve en los Andes, /olas de azul en el mar, /todo me dice un cantar, /para rimar tus bondades”.
Que la razón se imponga, que la sabiduría nos señale los senderos transitables, que la civilidad triunfe; sobre todo, Niño Jesús, que cada gota de agua salida de tus manos confluya en un río de paz, que cada vertiente de ese río contenga las sabias enseñanzas que parecen haberse olvidado.
Permite que aquella inefable Carta Encíclica, Pacem in Terris, de su Santidad Juan XXIII, se concrete: “El hombre exige, además, por derecho natural el debido respeto a su persona, la buena reputación social, la posibilidad de buscar la verdad libremente y, dentro de los límites del orden moral y del bien común, manifestar y difundir sus opiniones y ejercer una profesión cualquiera, y, finalmente, disponer de una información objetiva de los sucesos públicos (…) También es un derecho natural del hombre el acceso a los bienes de la cultura. Por ello, es igualmente necesario que reciba una instrucción fundamental común y una formación técnica o profesional de acuerdo con el progreso de la cultura en su propio país. Con este fin hay que esforzarse para que los ciudadanos puedan subir, si su capacidad intelectual lo permite, a los más altos grados de los estudios, de tal forma que, dentro de lo posible, alcancen en la sociedad los cargos y responsabilidades adecuados a su talento y a la experiencia que hayan adquirido”.
Y ya que cité a Juan XXIII, hago mías también las palabras de su predecesor, su santidad Pío XII, quien exclamaba vehementemente en su alocución a los trabajadores italianos en la fiesta de Pentecostés, 1943: “No en la revolución, sino en una evolución concorde, están la salvación y la justicia. La violencia jamás ha hecho otra cosa que destruir, no edificar; encender las pasiones, no calmarlas; acumular odio y escombros, no hacer fraternizar a los contendientes, y ha precipitado a los hombres y a los partidos a la dura necesidad de reconstruir lentamente, después de pruebas dolorosas, sobre los destrozos de la discordia”.
Niño Jesús, tú también eres venezolano, como dice uno de nuestros villancicos, escucha nuestro clamor, y como buena venezolana, caraqueña para más señas, finalizo ¡pidiéndote la bendición!
Corina Yoris-Villasana
@yorisvillasana
Fuente: El Nacional