A José Luis Villacañas,
colega y amigo
Una sociedad que se ha autoimpuesto como única verdad la verificación de proposiciones empíricas a través de la cuantificación instrumental, rebajando el pensamiento a positividad, compendiada en slogans publicitarios descontextualizados y carentes de vida, que solo sirven para decorar o rellenar las carteleras de los centros educativos o de las oficinas públicas, no solo ha encontrado la forma de neutralizar la verdad, reduciéndola a “patrimonio cultural” o, en última instancia, a “filosofía de la empresa”, sino que, con ello, le ha abierto las puertas de par en par a los demonios de la superchería y el fanatismo, punto de partida indispensable para que una sociedad deje de serlo y se convierta en conglomerado, en una multitud carente de virtudes públicas. Nec ridere nec lugere. Sin pensamiento no hay ethos y sin ethos no hay sociedad.
La instrumentalización del conocimiento no solo no está en capacidad de sustituir la actividad del pensamiento, sino que, lejos de reconciliar al sujeto y al objeto, al ser y la conciencia sociales, al individuo y la sociedad, entiende -no comprende- su oficio como sometimiento y dominio, como ejercicio absolutista del poder, como miedo sublimado. Y mientras mayor es su miedo mayor es la esperanza de quienes, pasivos e impotentes, esperan que un rayo de luz divino traspase las tinieblas “en algún momento”.
Ratio instrumental y misticismo son caras de una misma moneda. Son la reacción ante el miedo convertida en el dominio generador de miedo hipostasiado. El terror revestido de esperanza en el más hondo interior de los individuos. De hecho, el narcotráfico es eso: la última y más acabada e inescrupulosa expresión del terror como contracara de una vida impotente. No solamente es un negocio, es un negocio que tiene por finalidad la instauración del imperio del terror a través de la venta de esperanza en gramos. En todo caso, la separación no solo se pone como presupuesto de sí misma sino que sirve de combustible -incendiario- para la inminente desintegración de toda la sociedad.
El despotismo, la sociedad del miedo sublimado, nace y se nutre ahí donde ni hay ideas ni -por ende- civilidad. La instrumentalización del conocimiento triunfa cuando los fines prácticos más inmediatos se convierten en motivo de una lejana fe como objetivo crucial de vida. Recibir la pensión o la caja de alimentos se convierte en el fin final de la existencia misma, en la realización del paraíso en la tierra.
El propósito de la ratio instrumental y ordenadora consistía en liberar a la humanidad del dominio de los misterios de la naturaleza entera mediante su sometimiento, conjurando el miedo. Hoy, que la ratio instrumental ha triunfado definitivamente sobre los misterios de la naturaleza, el miedo, devenido terror, reina más intensamente sobre toda la humanidad.
El fraude ha sido consumado y la sociedad entera paga las consecuencias, sometida a mafias -auténticas corporaciones totalitarias- que han convertido los insondables misterios del terror en una vida en y para la desintegración, apta para su completo dominio. Sin saberlo, la ratio técnica -brazo armado del entendimiento abstracto- ha realizado el sueño dogmático: transmutar la sociedad en medroso y obediente rebaño.
En el fondo, Pitágoras tenía razón: la mistificación sustenta los números tanto como los números sustentan la mistificación. La matematización de la vida cotidiana ha terminado retrotrayendo sus parajes más oscuros, más sombríos, al servicio de la irracionalidad de los tiranos. Como dice Hegel, “en el conocimiento matemático la intelección es exterior a la cosa, de donde se sigue que con ello se altera la cosa verdadera. De ahí que aún conteniendo sin duda proposiciones verdaderas, el medio, la construcción y la demostración, haya que decir también que el contenido es falso”.
La realidad concreta ha sido sustituida por proposiciones formales fijas, inmediatistas, previsibles, carentes de vida. Y así, la tristeza de una vida que no lo es abre las puertas al sucedáneo de la narcodependencia que condena a la humanidad a la inminente estupidización colectiva. El fascismo está de vuelta.
El socialismo del siglo XXI es el opio del pueblo. El llamado terrorismo internacional no consiste solo en las voladuras criminales de los “atendados”: está en los horrores sembrados en el espíritu de la gente. Como nunca antes, el terror de un mundo de borregos dóciles, sin voluntad, adaptados para el ejercicio pleno de la dominación absoluta, ha dejado de ser una simple amenaza contra la inteligencia. Occidente sustituyó el pensamiento pensante por la instrumentalización y, con ello, sembró los cimientos para su propia destrucción.
Es verdad que, como dice Hölderlin, “donde hay peligro crece lo que nos salva”. Sin embargo, en Venezuela las espantosas “presencias” andan sueltas desde hace mucho tiempo, ocupando in der praktischen todos los espacios. Y ya han llegado al cerebro del cuerpo: la universidad.
Durante los últimos años, la desintegración ha pasado a ser el “plan piloto” mundial de semejantes fines, la punta de lanza del terrorismo narcotraficante en América. Poderosos intereses internacionales están detrás del escenario. No se trata de una desintegración política, cabe decir, de la posibilidad de que se desintegre el país en dos o en más estados, como en su momento sucediera en la Europa central -lo cual tampoco es improbable, dadas las actuales circunstancias-. Pero en todo caso, se trata de algo mucho más hondo y doloroso, que ya es mucho decir, respecto del eventual desmembramiento de un país. Es, más que un desgarramiento, una desintegración interior, que lo contamina y corrompe todo. Es mucho más que la venta de un grupo de diputados “por un puñado de dólares”. Es la ruptura progresiva de los individuos -del “núcleo atómico”, dirían los científicos- como sociedad, en la cual el “sálvese quien pueda” se ha transformado en el santo y seña de su sentido común.
La situación es alarmante. El país que existió ya no existe más, y será necesario reconstruirlo desde sus bases para que pueda llegar a ser, en alguna medida, lo que en algún momento llegó a ser. No serán unas elecciones las que curen estas heridas. La ratio instrumental -con toda la irrelevancia de su “tormenta de ideas” y sus “think tanks”-, lejos de comprenderlo, insiste en sus formulaciones “técnicas” -tautológicas-, al tiempo que crece y se expande la noche de la desintegración. Para Venezuela, restituir la eticidad es cosa de vida o muerte. Todo depende de la comprensión de la porosidad: de la necesidad de la constelación del concepto.
Por José Rafaél Herrera
Fuente: El Nacional